sábado, 15 de agosto de 2009

Paideia

(Trabajo práctico que presenté a la cátedra Historia de la Educación - Profesorado en Psicología)
INTRODUCCIÓN
No hay camino al conocimiento:
el conocimiento es el camino.
Trabajo en la docencia desde hace muchos años; más de la mitad de mi vida está ligada a esta actividad. Además considero que soy docente. Estoy transitando los últimos días en este trabajo. Mi tarea va a continuar de todos modos…
Por este motivo me dispongo a desmembrar el concepto PAIDEIA, (o mejor dicho a entender su unidad significativa) con la ayuda de quien ya lo hizo: Werner Jaeger, filólogo clásico, filósofo y humanista alemán (1888-1961), estudioso de la Antigüedad helénica, promotor y principal portavoz en Europa y en América del que ha venido a llamarse “tercer humanismo”.
PAIDEIA: me asombra la concepción. Me asombran los griegos. Es posible que no llegue a una conclusión. Quizás quede abierto el camino de la comprensión…
¿Por qué me deslumbra PAIDEIA? Quizás porque pensando con otros, apunté mi desempeño profesional a la formación en valores, a la resolución de conflictos, al empleo de estrategias, al gusto por el arte y la literatura,… y en los últimos cuatro años al enfoque de alfabetización integral; todos estos temas en busca de formar alumnos con lo mejor a mi alcance, con lo mejor de mí.
Comienzo este camino con un interrogante: ¿Cómo hicieron los griegos para pensar la PAIDEIA? Quizás debería saber griego -hablar, escribir y leer- (como con el psicoanálisis y el alemán) para descubrir si la PAIDEIA es posible aún o, si lo que intentamos en la docencia, se le parece o es diferente.
Antes dije desmembrar el concepto paideia ¡lapsus! Quizás el lapsus se deba a pensar que si voy analizando por aspectos llegue a la síntesis de la unidad de sentido que hay, que es PAIDEIA.
En el primer tomo de la “Historia de la Filosofía” de Felipe Martínez Marzoa se lee la siguiente afirmación: “…para Platón…la formación del hombre no consiste en introducir conocimiento en él, sino en cambiar la dirección de su mirada”. La afirmación de Platón (me) propone un camino. Martínez Marzoa comenta que se trata de producir en el hombre un cambio de actitud y que éste es un proceso continuo, ya que el ser humano tiene que superar continuamente la apariencia, que es el estado en el que constantemente se encuentra.
Si puedo salir, luego de esta lectura de Jaeger Werner, de este continuo estado de apariencias, cambiaré en algo mi actitud. Sé cómo opera en mí un nuevo conocimiento; ya me ocurrió una vez cuando comencé a trabajar en escuelas primarias de Programa No Graduado (PNG), una alternativa de aprendizaje que, siendo sistemático, respeta la autogestión de sus actores, los diferentes ritmos de aprendizaje y con una categoría de trabajo específica: la movilidad intraciclo
La puerta está abierta. Sólo queda dar el primer paso.
DESARROLLO
Las primeras preguntas, las que siguen siendo preocupación del hombre, tuvieron sus primeras respuestas en la Antigüedad, en Grecia (junto a Roma) calificada como “clásica” por la vigencia de sus instituciones (pensemos en la democracia), su arte, su ciencia, su pensamiento que en muchas ocasiones son modelo actual.
El ámbito cultural griego se extendió por un amplio conjunto de territorios, vinculados por el mar Egeo. Su florecimiento tuvo lugar en el primer milenio antes de Cristo. Y aquí una aclaración: Cuando enseñaba a mis alumnos la Antigüedad clásica, su pensamiento filosófico (que tanto les costaba entender), les decía que pensaran que sin Jesús y sin los Evangelios que nos dicen todo explicado desde la fe y sin la ciencia de edades posteriores, qué difícil debe haber sido para los griegos (politeístas), poder explicar el origen del universo, de las cosas, la forma en que aprendemos, nuestros valores, lo que está bien, lo que está mal, qué es el caos, cuál es el mejor gobierno, qué es la libertad…
Paideia (en griego “educación” o “formación”, a su vez “niño”), era para los antiguos griegos, la base de la educación que dotaba a los varones de un carácter verdaderamente humano. Las niñas no pisaban nunca la escuela y como madres se ocupaban de los niños, proporcionándoles las primeras enseñanzas, que consistían en historias tradicionales, mitología (en cada hogar había un altar) y leyendas nacionales. La paideia, no incluía habilidades manuales o erudición en temas específicos, que eran considerados mecánicos e indignos de un ciudadano; por el contrario, la paideia se centraba en los elementos de la formación que harían del individuo una persona apta para ejercer sus deberes cívicos.
El primero en configurar la paideia como un humanismo cívico integral fue el orador y pedagogo griego Isócrates. Bajo el concepto de paideia se subsumen elementos de la gimnasia, la gramática, la retórica, la poesía, las matemáticas y la filosofía, que se suponía debían dotar al individuo de conocimiento y control de sí mismo y sobre sus expresiones.
Los griegos llamaron “polis” a sus ciudades. La polis griega abarcaba un núcleo urbano y un área rural aledaña. Cada polis tenía su propio gobierno autónomo, es decir que era una ciudad-Estado. La forma de gobierno de la polis varió de acuerdo con cada ciudad y a lo largo de las épocas.
Cualquiera sea la forma política de gobierno de la polis, sus autoridades estaban obligadas a responder por sus actos, característica original no vista en el Cercano Oriente. Cada ciudadano podía conocer todo lo que se decidía en materia política y participar en el gobierno.
El ideal de paideia estaba dado por la estructura específica de la polis griega, en que una casta relativamente reducida de ciudadanos, exentos de las necesidades manuales con la excepción de la guerra, dedicaban su vida a la participación en los asuntos cívicos. El dominio cuidado de la lengua griega distinguía a los locales de los forasteros e inmigrantes; la expresión oral, cuidadosamente elaborada, respondía a la obligación de mostrarse como un individuo refinado en el ágora, donde las habilidades persuasivas resultaban cruciales. Las ciencias puras indicaban una disposición de ánimo objetiva y poco concernida con los asuntos mundanos, una cualidad deseable en un potencial legislador. Las proezas gimnásticas confirmaban el dominio de sí y el carácter viril –también caracterizado por el comportamiento en combate- que completaban el perfil aristocrático.
El filólogo alemán Werner Jaeger le dio un sentido más preciso y más evocador en su obra “Paideia o la formación del hombre griego”. Paideia es para él una formación otorgada a la vez por la ciudad y por una enseñanza formal que está en armonía con lo que enseña la ciudad de manera informal: podemos imaginarnos a un filósofo griego explicando la idea de armonía a sus discípulos ante una obra de música o un templo, siendo estos mismos la encarnación de la idea. Se podría resumir así la paideia: tan solo podemos formar (en el sentido de concebir) sobre las ideas por las cuales fuimos formados (en el sentido de modelar)…y viceversa. Comentando a Platón y a Protágoras, Jaeger escribió: “la armonía y el ritmo de la música deben comunicarse al alma para que, a su vez, ésta se vuelva armoniosa y obedezca a las leyes rítmicas.”
Víctor Hugo mencionó esta simbiosis entre el hombre y la ciudad de la manera siguiente:
“Yo, el templo, soy el legislador de Éphese;
el pueblo al verme comprende el orden y se alivia;
mi educación son las palabras de un código, mi frontón
piensa como Thales, habla como Platón,
mi pórtico sereno, para el alma que sabe leer,
por la vibración pensativa de un lira.
Una reflexión personal en voz alta: ¿Qué tal si aplicamos, a la sociedad actual argentina, lo dicho hasta ahora por Jaeger? Me animo a decir que entonces algo de paideia circula en el sistema educativo, que a través de una política (pero, más que en la política educativa, en las acciones cotidianas de los maestros, en sus planificaciones, en sus estrategias metodológicas, etc.), enseña con la intención que los educandos construyan y se apropien de conocimiento significativo.
El mismo Jaeger nos invita a inspirarnos en la historia para entender bien la paideia:
“El concepto de paideia tal y como ocurre con otros conceptos de gran envergadura (la filosofía o la cultura, por ejemplo), se niega a dejarse encerrar en una fórmula abstracta. No se entiende la riqueza de su contenido hasta después de haber leído su historia y ver, a través de sus vicisitudes, cómo ha llegado a su acepción definitiva. Al servirme de una palabra griega para una cosa griega, quise hacer comprender que se debe considerar la palabra paideia con los ojos de los griegos y no con nuestros ojos de hombres modernos. Es imposible evitar el empleo de expresiones actuales como civilización, cultura, tradición, literatura o educación. Pero ninguno sustituye lo que los helenos entendían por paideia. Cada una sólo informa de uno de sus aspectos: si no es tomándolas todas juntas, no las podemos emplear para expresar el sentido completo de la palabra griega. Por otra parte, la esencia misma del humanismo y la actividad humanista se basa en la unidad original de todos estos aspectos – que es lo mismo que expresa el término griego – y no sobre la diversidad que la evolución moderna destaca y precisa. Los Antiguos estaban persuadidos que la educación y la cultura no constituyen una teoría abstracta o un arte formal, distintos de la estructura histórica objetivo de la vida espiritual de una nación. Pensaban que se encuentran en la literatura, expresión verdadera de toda cultura superior.” (Paideia, Pág. 23).
Como les decía en la introducción, no conozco la lengua griega. Pero, estas aclaraciones de Jaeger me hacen pensar que con ese término los griegos no solo designaban una conjunción (de educación, de cultura, etc.) sino que además dejaban abierta la posibilidad de una construcción colectiva del concepto, según un aquí y un ahora, flexibilizando su contenido, contextualizándolo.
En otro tramo de su obra, Jaeger dice: “El hombre solo puede propagar y conservar su forma de existencia social y espiritual mediante las fuerzas por las cuales la ha creado, es decir, mediante la voluntad consciente y la razón…..Incluso la naturaleza corporal del hombre y sus cualidades pueden cambiar mediante una educación consciente y elevar sus capacidades a un rango superior.…La naturaleza del hombre, en su doble estructura corporal y espiritual, crea condiciones especiales para el mantenimiento y la transmisión de su forma peculiar y exige organizaciones físicas y espirituales cuyo conjunto denominamos educación.” Pensando en el hecho educativo, éste ocurre entonces, sólo cuando el hombre se relaciona con un otro, parte de la comunidad. Y Grecia no podía pensar en la paideia si no era en comunidad.
Dice Jaeger: “El estilo y la visión artística de los griegos aparecen en primer lugar como un talento estético. Descansan en un instinto y en un simple acto de visión, no en la deliberada transferencia de una idea al reino de la creación artística. La idealización del arte aparece más tarde, en el período clásico. Claro es que con la acentuación de esta disposición natural y de la inconsciencia de esta intuición, no queda explicado por qué ocurren los mismos fenómenos en la literatura, cuyas creaciones no dependen ya de la visión de los ojos, sino de la acción reciproca del sentido del lenguaje y de las emociones del alma…Las formas literarias de los griegos, con su múltiple variedad y elaborada estructura, surgen orgánicamente de las formas naturales e ingenuas mediante las cuales el hombre expresa su vida y se elevan a la esfera ideal del arte y del estilo.”
Este ideal de educación decíamos, implicaba solo a hombres, incluso en el arte. Sin embargo hubo una mujer que fue revolucionaria, que fue contra el ideal educativo dominante: Safo, de Lebos (siglo VI antes de Cristo) y que se dedicó al arte. Fue una poetisa griega que, por haber tenido, también, amantes femeninas ha dado origen al vocablo lesbianismo. Sabemos que el amor homosexual ya era aceptable en la Antigua Grecia. Safo les cantó sin tapujos tanto a sus amantes masculinos como a las femeninas. La obra sáfica es por lo tanto revolucionaria en tanto estructura una visión de mundo desde el paradigma femenino, subvirtiendo la mirada masculina que caracterizaba la Edad Antigua. En algunos lugares de Grecia, la mujer gozó de todos los derechos que tenían los hombres. Esto también ocurría en Lesbos que, como isla de tránsito, recibía la influencia de varias culturas que le daban un aspecto liberal y cosmopolita.
En Atenas no ocurría así; se podría decir que todo lo contrario; sólo las cortesanas tenían acceso a la cultura y la vida social. En este contexto Safo escribió su obra y fundó su academia, en un acto de contradecir la lógica ateniense. La Casa de las Musas llegó a ser considerada en su época una exclusiva escuela particular de educación social para señoritas de buena familia a la que muchos padres enviaban a sus hijas desde todos los rincones del mundo egeo. En ella, bajo la dirección de Safo, la tierna personalidad de las alumnas se iría configurando según un ideal de belleza, que aspiraba a la Sabiduría. Platón adoraba a Safo y se refirió a ella como la Décima Musa. Safo fue pionera en darle a la mujer un sitio de crecimiento, más allá de la función, en el hogar, de esposa y madre. Su extravagancia consistía en atreverse a hacer lo que ninguna otra mujer hasta entonces hacía tan abiertamente. Por eso, siglos después, el cristianismo la tachó de inmoral, de vida licenciosa y quemó su obra. He aquí un fragmento:
De ella ver quisiera su andar amable Y la clara luz de su rostro antes, Que a los carros lidios o a mil guerreros Llenos de armas...La luna luminosa huyó con las Pléyades.La noche silenciosa ya llega a la mitadLa hora ya pasó y en vela sola en mi lecho,suelto la rienda al llanto sin esperar piedad.
La tarea educadora en la escuela que Safo fundó en la isla de Lesbos ha sido modelo de educación femenina, sin duda, avanzada para su época. Pero la labor pedagógica de Safo acude al engrandecimiento de la subjetividad del alma y su distinción femenina en un tiempo en el que el nacimiento y consolidación de las ciudades-estado obligó a desarrollar una forma de paideia (educación y cultura) que planteara la formación del ciudadano y la conceptualización hacia un ideal colectivo.
Hace aproximadamente 2.750 años Safo lo vaticinó: “Después de muerta, no seré jamás olvidada”
Para los griegos, la ciudad era algo así como la expresión de una vida social debidamente regulada. Una institución sinónimo de cultura. La columna vertebral de la vida en sociedad era la
paideia, la educación, que les permitía a los jóvenes tener acceso a un saber compartido sin el cual la ciudad no podría existir. La ciudad dependía de un equilibrio de instituciones y prácticas que suponía un arte de vivir, una estilización de las actitudes, un tacto social encarnado por la noción de paideia. Sólo en la polis nos será posible hallar aquello que abrazó todas las esferas de la vida espiritual y humana y que acabó por determinar de un modo decisivo los procesos de enculturación de la juventud griega. La paideia no apuntaba solamente a adaptar al ciudadano a la ciudad. Tenía que contribuir a revelar las cualidades humanas presentes en estado virtual en todos los futuros ciudadanos, pero que había que saber descubrir mediante entrenamientos particulares.
Se me ocurre una síntesis y una trasposición al aquí y ahora: ciudad - vida regulada - educación para que la ciudad exista – arte de vivir – educación, columna vertebral – juventud. La educación en Grecia era sólo para los hombres libres. ¿Y hoy, aquí y ahora, no sigue siendo igual? ¿No hay esclavos por la ignorancia? ¿No hay jóvenes fuera de la cultura (del trabajo)? ¿Forma esta “ciudad – estado”, esta “polis”, a los jóvenes, según su propia forma?
La paideia de Isócrates: En Contra los sofistas, Isócrates dirige su crítica a la educación que éstos impartían, puntualizada en la falta de los principios éticos y en la enseñanza de la elocuencia política a través de las reglas de los libros de retórica. El término sofista tiene tres acepciones: sabio, maestro que enseña discursos retóricos y quien disfraza la verdad. A este último se refiere Isócrates.
La crítica moral de Isócrates a los sofistas, se centra por una parte, en la promesa de estos maestros, que resultan imposibles de cumplir. En efecto, publicitan sus enseñanzas de desmedidas pretensiones, por una pequeña ganancia, lo cual revela un premeditado engaño, exigiendo además a personas como fiadores, para asegurarse su cobro. De estas promesas engañosas critica además, que relacionen la educación en forma directa con la felicidad y la virtud individual, sin preocuparse por la felicidad y la virtud de la ciudad. Por tanto, la crítica que realiza Isócrates a la educación política es más contundente, llamando “estúpidos” a quienes imparten una técnica fija como ejemplo de una actividad creadora, como lo es para él la palabra viva. Quizás, a pesar de su crítica a los manuales, consideró la necesidad de que los alumnos comprendieran las convenciones generales de la oratoria, si bien en su Antidosis, ofrece sus propios discursos como modelo para quienes se mueven en el campo de la ciencia y de la educación.
También desestima a los dialécticos porque enseñaban con preguntas y respuestas. Pero su influencia era menos perjudicial que la de los sofistas porque prometían en sus discursos, virtud y prudencia. El rechazo a los dialécticos (Platón y sus discípulos) lo realiza Isócrates en dos cuestiones: la primera, la imposibilidad de la enseñanza de la virtud para quienes no tienen una disposición natural; la segunda, la imposibilidad del cumplimiento a sus promesas de acceso a la verdad, dado que la verdad no es nunca, para Isócrates, un atributo de conocimiento humano.
Su pedagogía subyace en todos sus discursos. Pero no tiene una presentación metodológica mediante la cual podamos tener en claro, los ciclos y el contenido que impartía en su paideia si bien en su Antidosis se observa que la convivencia maestro-alumno era por tres o cuatro años. Es clara la importancia que tienen para él la educación y el estudio porque benefician nuestras capacidades naturales en el ejercicio de las virtudes. En este aspecto, rechaza Isócrates la postura socrática-platónica acerca de la enseñanza de los valores morales Para él, el discípulo tiene que tener predisposición a la moral y desarrollarla en su ámbito familiar y con el maestro. Isócrates aconseja a los padres la enseñanza de la obediencia de manera práctica (a través del ejemplo). Cabe destacar la importancia que da a una educación basada en el amor: el afecto es lo mejor que pueden dar los padres a los hijos. Su dualismo antropológico se pone de manifiesto en educación: educación física para el cuerpo, y filosofía para el alma. Debe agregarse el conocimiento de los antepasados, centrados en la gramática y en la literatura, pero también, geometría, astronomía, música e historia. En cuanto a la enseñanza de la historia, la paideia de Isócrates es innovadora. La educación retórica es muy importante para Isócrates porque la palabra diferencia al hombre del animal. Por medio de la palabra el hombre tiene acceso a la vida en comunidad, descubre las artes, refuta a los malvados, educa a los ignorantes y examina lo desconocido. Pero, para todo, recalca la necesidad de poseer cualidades naturales, Estas son el punto desde donde parte la práctica educativa. Aquí Jaeger encuentra una aproximación de Isócrates a los sofistas: naturaleza, estudio y práctica, factores que entran en juego en la relación existente entre el que aprende y el que enseña. Esta relación es fundamental en su paideia.
La retórica está en un lugar de honor dentro de la estructura de las “siete artes liberales”, donde el primer ciclo comprendía lo que Isócrates llamó la “gimnasia del alma”: aritmética, geometría, astronomía y música; el ciclo superior se componía de gramática, retórica y dialéctica. Según Finley (helenista del siglo XX, nacido en EE.UU. en 1912) este canon pasó de Grecia al mundo bizantino; de los romanos al Occidente latino y se mantuvo hasta fines del siglo XIX. A mediados del siglo XX tuvo algunas modificaciones.
Nuestra educación media es hija de un viejo educador de la Atenas del siglo IV AC, cuyo nombre está en el anonimato quizás porque le faltó un poeta para inmortalizarlo (como dijera Horacio) o lo oscurece la sombra que Platón proyectó sobre todos sus contemporáneos. La preocupación de Isócrates por la educación es un “legado vivo” que ilumina el sombrío panorama de nuestra época (Finley).
La paideia de Platón: En el transcurso de sus años de madurez, Platón siguió reelaborando sus doctrinas. En todo el conjunto de sus escritos, Platón representa la búsqueda humana del conocimiento como preocupación central de la vida misma; el fomento de la armonía del alma de que habla el Timeo conduce a una visión del ser absoluto, de la verdad. La clave del pensamiento platónico la constituye, pues, esta noción del conocimiento como producto final y como meta de un proceso que él llama paideia. La palabra Paideia era en Grecia de uso común; pero puesto que Platón fue el primer pensador que propuso una auténtica teoría de la educación – aunque incompleta – enriqueció el contenido del término, confiriéndole una significación claramente intelectual. Platón orientó sus esfuerzos hacia unas metas prácticas, y concretamente hacia la perfección de los individuos para la vida social y política. Sensible a la inestabilidad política del mundo griego Platón tomó como punto de partida la búsqueda del conocimiento o paideia renegando de la retórica. Pese a que dejó escritos numerosos diálogos, se muestra abiertamente en contra de la enseñanza escrita. La ambientación que realiza en sus diálogos nos transporta al lugar en cuestión. En esa época se escribía en forma de discurso, prosa, poesía o cartas. Estos modos de expresión no fueron elegidos por Platón para dirigirse al gran público. Platón concede gran importancia a las aptitudes que necesita el interlocutor para ser filósofo. Para serlo, estimamos imprescindible el conocimiento personal al que no puede accederse si el destinatario de la comunicación es solamente un lector de las obras, lo que hace imposible el conocimiento de su carácter. Esto no ocurre cuando la enseñanza es impartida oralmente.
Después de aprender, el intelecto deja detrás la sensación y lo sensible, alcanzando las puras ideas, mediante el procedimiento intuitivo y discursivo, alzándose de Idea en Idea hasta alcanzar la Idea Suprema (el Bien). Este proceso por el cual el intelecto se mueve de lo sensible a lo inteligible, y luego de una Idea a otra es la Dialéctica, por lo cual un filósofo es un dialéctico.
En síntesis, podríamos decir que la paideia conducía al hombre de la Grecia Antigua hacia la perfección para un buen desempeño social y político y que vertebró la vida de la polis griega.
CONCLUSIONES
El recorrido por las páginas de estos autores fue gratificante. Me di la oportunidad de profundizar en un tema que me atrajo siempre, que aglutina mis sentimientos y que movió mis pasos por los textos consultados. Pude ampliar, en alguna medida, mis conocimientos y comenzar a entender la importancia de la paideia, su congruencia con la época, con la concepción de comunidad imperante.
Fue relevante la paideia en la Grecia Antigua, tan definitiva como el teorema de Thales. La pregunta es, si con el legado vivo de Isócrates, por ejemplo, nuestra educación continúa teñida de su paideia. Tengo en mente los contenidos de “Formación ética y ciudadana” de la educación primaria actual santafecina y cómo de alguna manera los maestros están preparando para la vida en la “polis” actual (adecuadamente al nivel).
Si la respuesta a la pregunta fuera positiva, entonces la paideia está vigente. De lo contrario, su ciclo terminó.
Sin embargo, cada párrafo de la lectura de la obra de W. Jaeger referida a paideia, me sugería una vinculación a algún aspecto de nuestra actualidad más cercana: como si la paideia estuviera contextualizada en este tiempo.
Por último, y no menos importante por éso, me pregunto cómo hubiera sido el ideal de los griegos, cuál habría sido su paideia si, como hoy, las mujeres hubieran intervenido en la política, en la educación de la Grecia Antigua. Creo que ésta última tiene una deuda: reivindicar aquella mujer por la intolerancia que respiró entonces.
Creo que no me equivoqué cuando en la introducción dije que quizás no llegaría a una conclusión. Así llego al final de mi trabajo: con interrogantes.
BIBLIOGRAFÍA
Blog de la cátedra.
Jaeger, W.: Paideia, los ideales de la cultura griega (1957)
Finley, M.: Usos y abusos de la historia (1977)
Wikipedia, la enciclopedia libre de Internet

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