lunes, 17 de agosto de 2009

Raíces

Había escuchado sobre ellas, pero, no las había experimentado.
Siempre había oído a su abuelo decir que le gustaría conocer este país antes que volver a su pueblo. Ahora entendía por qué: él ya las conocía y sus ancestros eran de allí.
El propósito la acompaño desde entonces: llegar al pueblo donde había nacido su abuelo.
Su hijo le dio la oportunidad: un año antes se lo comunicó. La impresión era muy intensa. No sabe desde cuándo conocía el lugar: tranquilas calles angostas, atajando el sol; subidas y bajadas entre fuentes de agua cantarina; las sierras bordeando la aldea; la española bajando por el sendero cantando a los cuatro vientos una copla, como las que ella había escuchado a Marisol y a Joselito en el cine. Y las casas blancas de tejas rojas; los geranios floridos en los balcones; las rejas negras en las ventanas; los patios con naranjos, aljibes y azulejos dispuestos en guardas. Las aceras empedradas que unían pequeños bares con la foto del "caudilo" que inspiró sentimientos antagónicos Y desde la aldea, la vista del cortijo, con el molino, las aves, el cielo despejado, el calor ligeramente intenso, el aire seco, el viento (viento?)...Todo estaba allí, en su imaginación o en su recuerdo, no podía definirlo.
Sucedió hace cuatro años. Llegar fue como entrar al paraíso: la arboleda en ambos lados del camino se inclinaba en sutil reverencia invitando a la estancia. Llegar a Berja fue como llegar a casa. Paisajes familiares, fragancias descubiertas, voces revividas, abanicos en el aire...Encontró calles con su apellido, historias nuevas con protagonistas familiares; familiares que no conocía pero que sentía así, muy dentro, como vistos desde siempre. Documentos en el Registro Civil reconstruían bodas y nacimientos y nuevas bodas y nacimientos festejados con cante y castañuelas...generaciones plasmadas en el papel amarilento y la tinta sepia. Un árbol genealógico que crecía, se completaba y afirmaba su identidad. Y la sensación, ésa que le decía que era de ahí, que ahí había estado, que de ahí se había ido. El abrigo... ¡éso era! ¡el abrigo que envuelve, que protege!. Todo le pasó muy rápido pero igual le quedó grabado en el espíritu.
Partir, mirar atrás y ver las Sierras de Gádor intentando separar Berja de su retina. Pero no pudieron. Porque su corazón había quedado allí. Sus lágrimas serán un sello, sus huellas en el camino, para volver. Volverá. Como pueda, como sea. No hará falta viajar. Cerrar los ojos será suficiente para caminar por allí, para encontrarse con la gente, para escuchar el acento, para estar en casa de nuevo.

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